La escritora ha tomado como materia de este libro de poemas el discurso feminista y militante para llevarlo al verso, potenciarlo y, de otra forma, politizarlo.No siendo este un paso fácil de dar, la autora sortea el riesgo en esa juntura de lo poético-discursivo con toda propiedad, lo cual irá posibilitando la construcción de una estética del compromiso con los espacios de segregación, un compromiso que emerge del manifiesto reconocimiento de tener una deuda, es decir, un deber algo a alguien y un deber con alguien, con la mujer.
La deuda es específicamente con sus “ancestras”, las mujeres que la antecedieron permitiendo que la escritora hoy día pueda “decir”, “escribir”. Es así como nos encontramos con un lenguaje que repta en capas bajo el signo de la resistencia, que no solo exhibe la tachadura de la mujer, sino que, con la agudeza de su militancia sobre el papel, habilita el espacio de la página en blanco para recorrer las múltiples geografías de mujeres afganas, palestinas, mapuches, sirias, birmanas, haciendo estallar la inflación operativa de la lengua misma.
“Tengo una deuda/y con mi palabra desobediente/y con mi lengua amenazada/y con mi boca abierta/muy abierta/tomaré cada piedra/cada cárcel/cada habitación/y sus esquinas/para romperlas de una sola vez.”, comienza pulsando su escritura.”
Tengo una deuda
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La autora ha tomado como materia de este libro de poemas el discurso feminista y militante, insistente e inclaudicable, para llevarlo al verso, potenciarlo y de otra forma politizarlo. En esa aparente contradicción no habrá para nada conscripción de ningún tipo sino conocimiento de lo que las mujeres han sido y serán en su innegable camino de desasimiento.
Agotado