Elena Montes nos convoca a un viaje bosque adentro, donde la pulsión del trazo poético arrastra el vestido por un camino poblado de hojas, recovecos y claros. La maternidad, la poesía, la vida y la muerte se configuran como campos nutrientes y, al mismo tiempo, descomponedores, como si se deshilara desde Deméter y Perséfone (hay dos en mí) hasta el superyó materno de Melanie Klein, un testigo de la relación hambre-hijo. Un mundo donde la espina puede reconfigurarse en miel, en hijo. El tiempo es implantado en algún punto entre el refugio, el trazo y el silencio. Montes debuta en la escena poética chilena con una poesía rigurosa, urdida con imágenes de alto vuelo.
MALÚ URRIOLA