Este extenso poemario de Rafael Ruiz Moscatelli es delirante y paroxístico en principio y lo sigue siendo después de haberlo leído completamente. Su composición consta de tres secciones. La primera es “El carrusel de los sicarios”; la segunda se titula “Sisa, Kuichi y Aurora lava viva del Licancabur” y la última y final es “El rito”, parte con la que culmina esta trilogía barroca y rokhiana, tan desmesurada y carnavalesca como los poemas del poeta de Licantén. Cada una de estas secciones, además consta de subsecciones que van endilgando los temas de esta crónica ensayo, narración teatral y poema épico lírico. La primera parte tiene 4 subsecciones, la segunda tiene 7 y la última, la más breve tiene 3. El texto se extiende como un mapa territorial y temporal cuyas intersecciones conducen al lector por un sinnúmero de encuentros, desencuentros, vicisitudes, peripecias, elucubraciones, fantasías y lugares de diverso tenor y carácter. Así los títulos ayudan al caminante de la escritura a vagar por las palabras laberínticas de este doble o triple viaje: “Aurora venía del sur”, “Después de todo eran las palabras”, “Zambrano entre el miedo y la celebración”, “herederos de la lava viva del Licancabur”, “El rito”, etc. El carácter altazoriano del viaje (Huidobro dixit), es lineal y curvo, histórico y mítico, temporal, memorioso y tal vez también tiene reminiscencias del illo tempore, aquel de las épocas sin tiempo de los dioses y las diosas. Pero en sus oscilaciones del corso y ricorso de la historia relatada, como diría Juan Bautista Vico, también aparecen con todo su realismo y crudeza los sicarios con su mundo delincuencial más cercano a los territorios narrativos de un Bolaño o de un Manuel Rojas. En la contratapa del poemario-relato de Rafael Ruiz Moscatelli, cuyo título completo es El canto de Aurora Parisi (de semidioses y sicarios), se hace un collage con algunos versos del mismo, que sirven de pórtico explicativo o síntesis, de lo que se podría llamar eufemísticamente, su temática. Tomo aquí 4 fragmentos de la presentación de la contratapa, para explicitar lo dicho y ratificar el hilo conductor del texto:I.-“Aurora trajinó lo inanimado lo terroso polvoriento y lo salado sintió ruidos en las noches y pasos sigilosos vislumbró criaturas expertas en tinieblas y lloró ante el resplandor de la Luna en las nieves eternas del Licancabur. Aurora Parire venía huyendo del Sur Austral…..”II.-“Yo soy Aurora Parire yo arranqué de un mal de amor él sabía herir si me matas te mato gritaba hundido en la rabia amar y odiar no era lo mío….”III.-Llevamos días buscando al Jacinto casi no dormimos nadie dice nada ni la hermana de los muertos, pero si es un niño le dijo la madre al fiscal cuando la fueron a interrogar por la muerte de los cuatro Velosos….”IV.-Yo Zambrano no puedo temer vivo de la muerte cierto no llego a viejo no dejan no quiero ser patrón como el Jacinto en el carrusel de los sicarios no hay vuelta atrás es una existencia sin compasión buscando una hora o un día de felicidad…”.En el primer párrafo mencionado, se describe a Aurora en la inmersión de su viaje desde el Sur hacia el Norte, alumbrada sagradamente por la cumbre del volcán Licancabur (montaña del pueblo). El poético relato en tercera persona, desarrolla el viaje iniciático de la protagonista que es una fugitiva que viene huyendo del “mal de amor”, como se señalará en el segundo fragmento. Este punto de hablada cambiará en la sección segunda del libro, donde la protagonista asume su propia voz, que de humana se hace trascendente y cósmica evocando el poder de la naturaleza y la metamorfosis que ha sufrido la antigua Rosa Díaz al transformarse en Aurora-Mujer de las planicies, en una peregrina “amante matriarcal”, simbolizada como matriz ordenadora del mundo: “Yo Aurora Parire”. De este modo, la voz en primera persona monologante se hace activa y el peregrinaje se hace liberador. Paralelamente al viaje de liberación de Rosa que la convierte en Aurora Parire, se desarrolla la historia de Jacinto y Abelardo Zambrano, sicarios que cuentan su propio periplo plagado de eventos delincuenciales, persecuciones, traiciones y asesinatos. En el poema, Zambrano junto con el Oso, persigue a Jacinto, el cual mató a los cuatro Velosos y es sicario que obedece órdenes pero que se desbandó y ahora es perseguido por otros sicarios mandados por su antiguo jefe. Es lo que cuenta el tercer fragmento citado, que adopta la voz de Zambrano en tercera persona: “Llevamos días buscando al Jacinto casi no dormimos…”. El cuarto fragmento redunda en la perspectiva de Zambrano, cuya primera voz enfatiza su diferencia con el perseguido, al indicar: “No quiero ser patrón, como el Jacinto en el carrusel de los sicarios”. El movimiento que va permanentemente del relato en tercera persona más impersonal a la primera persona, es un elemento que determina el carácter más o menos poético o más o menos prosaico del desarrollo del libro. Todos los fragmentos mencionados de la contratapa pertenecen a la primera sección del libro.A partir de la segunda sección, nos encontramos con otros personajes que amplifican el escenario, como es el caso de Kuichi y Sisa, además de Salva Vilca Satiro, el herrero de Iquique y del Volcán Licancabur (siempre antropomorfizado como personaje), el cual va a tener un papel importante en los rituales de las mujeres diosas citadas. En el intríngulis de la nueva sección, se entremezcla el relato poético histórico con los mitos regionales, la escritura se hace metafórica y se desfasa a veces hacia la corriente de la conciencia, intercalando palabras indígenas relativas a lugares, acontecimientos o costumbres, mientras la figura de Aurora adquiere connotaciones míticas y se paraleliza con la pachamama (la madre tierra), entidad nutricia del norte del país. La segunda parte culmina con la descripción minuciosa del viaje de Aurora, Kuichi y Sisa al santuario en donde hacen una especie de fiesta de la fertilidad con Jacinto, a quien pretenden curar de su maldad. Si bien el oema se hace narrativo a veces, nunca pierde su carácter poético. Hay un narrador omnisciente que también interviene para reflexionar acerca del pasado y el futuro a partir de un presente degradado por la situación histórica, que los ritos de la tradición indígena intentan exorcizar como una sanación contra la enajenación del aislamiento, la soledad y el consumo. La última sección del poemario, la más breve, se centra en el rito que hacen las mujeres-diosas para librar a Jacinto de su vida de maldad. Lo sumergen en una poza sagrada para que pueda redimirse de su crueldad y le cambian el nombre a Jonatan. El poema queda abierto con la reflexión de Zambrano, quien junto al Oso aunque continúa la persecución de Jacinto, debe regresar por el momento a su lugar de origen, esperando tiempos más oportunos al señalar desde una ambigua primera persona casi impersonal:“Y emprendieron el largo regreso al arenal de Lo Espejo.Jacinto se les escapó por poco el santuario de Doña Aurora era intocable volvería a esperarlo en el sura pesar de los recuerdos Jacinto volvería no importaba cuando Jacinto tenía sentencia por varios siglos…”.De este modo, el poema deja abierto el destino sus personajes, a la vez que desfonda cualquier interpretación que remita a una cierta pontificación moral o determinista. Dejamos hasta aquí estos escorzos que pretenden mostrar una posible lectura de este poemario extenso, complejo, fructífero y abrumador de Rafael Ruiz Moscatelli.
Naín Nómez