Ignacio Ramos Rodillo, Doctor (c) en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Chile y académico del Centro de Investigación en Artes y Humanidades de la Universidad Mayor, reseñó el libro “Margot Loyola, la escena infinita del folklore” escrito por Alberto Kurapel y editado por Cuarto Propio.
El ensayo, publicado en 1997 y reeditado en 2018, es de hecho el primer escrito de Alberto Kurapel en Chile tras su exilio. Se basa en un trabajo de campo realizado hacia mediados de los noventa junto con la maestra folclorista, su marido Osvaldo Cádiz y el Conjunto Palomar, con quienes además produjo un material audiovisual de gran valor estético y documental que, esperamos, pueda ser reestrenado prontamente.
El texto ofrece una teorización acabada respecto del trabajo investigativo escénico llevado a cabo por Loyola, articulada mediante la observación participativa y de una conveniente contrastación bibliográfica. Desde el punto de vista disciplinar, versa acerca de la folclorista en particular y de ciertos avatares de la investigación artística en general, de modo que puede resultar interesante para un público amplio. Del mismo modo, es un texto que va a contrapelo de las publicaciones convencionales concernientes a folclor en Chile, pues asume aspectos inusuales –el de la performance, sin ir más lejos– y toma una posición clara y crítica pertinente a este panorama en general.
La proyección folclórica opera como el concepto de trasfondo. Consiste en el principio práctico de que el folclor –en tanto “ciencia” y “arte”– es un dispositivo metodológico que, determinado por nociones como nación y tradición, recoge la experiencia cultural de los sectores populares rurales, sobre todo por medio de la recopilación de canciones, danzas y otras expresiones del patrimonio inmaterial.
Dichos elementos, extraídos del “hecho folclórico”, son adaptados por los folcloristas a los parámetros estéticos dominantes en las sociedades occidentales –cosmopolitas, urbanizadas, mediatizadas– y luego “proyectados”, según reza su nombre, hacia un público que, bajo plena modernización de la América Latina del siglo XX, tiende a ver disuelta su identidad nacional en una indefinición favorecida por la integración de sus sociedades a un capitalismo globalizado.
Dicho esquema –definido por especialistas como Carlos Vega, Augusto Raúl Cortázar o Manuel Dannemann– englobó epocal y estéticamente tanto la trayectoria de Margot Loyola como las de Violeta Parra, Raquel Barros, Gabriela Pizarro, y de un sinnúmero de solistas y conjuntos, constituyendo así una escena crucial para entender la evolución de la cultura chilena de los siglos XX y XXI. Justamente, Alberto Kurapel ofrece en este ensayo un análisis en torno a la proyección centrado en sus aspectos poéticos más que en los estrictamente esquemáticos, esto es, interesándose por los problemas del estilo y la puesta en escena más que en los elementos ideológicos.
En torno a lo anterior, el autor presenta el trabajo de Loyola como una suerte de superación de la proyección al afirmar que, en el entrecruce de hecho folclórico, investigador y escena, ese binomio sujeto-objeto, tan caro a las disciplinas de inspiración científica, sencillamente desaparece. Loyola ha propuesto a lo largo de su carrera –enfatiza Kurapel– que el folclor es un ámbito en que tanto la tradición y los sujetos observados por el investigador, como el investigador mismo, se ven mutuamente afectados. Esta doble influencia adquiere un peso existencial tal que solo puede ser entendida mediante las ideas de “destino”, “sacrificio” o “amor” expresadas tanto en la música misma de Loyola como en su discurso y su performance.
En Loyola destaca una apertura total hacia la alteridad: la folclorista se abre al cultor tradicional, incorporando su cultura y, con esta, sus contenidos morales y emocionales, comprometiendo así su subjetividad completa. Este hecho reviste suma importancia pues marca una diferencia considerable dentro del panorama cultural contemporáneo, determinado por las leyes del mercado y de la gestión culturales, en general ajeno a las condiciones de opresión material y espiritual que afecta al común de las personas.
En tal sentido, el folclor representa fundamentalmente una teoría de la expresión en la que el o la folclorista debe ser capaz de recrear las condiciones históricas y morales de lo observado. En dicho sentido, Margot Loyola ha sido capaz de re- presentar el “inconsciente popular” chileno y de contrastarlo con las formas convencionales del ser social contemporáneo. Del mismo modo, su método ha sido esencialmente mimético y arquetípico, conceptualizado en el “ser-personaje” que Kurapel ha definido para ella. La ética “loyoliana”, entonces, se expresa en su capacidad de representar multidimensionalmente lo observado por medio de una transformación del sí mismo, apuntando al colectivo y a la manifestación de valores y emociones esenciales.