El pasto roza tus dedos/ y el tiempo se traslada hacia voces/ de siniestros olvidos. Con estos versos de Pilar González nos adentramos en su poesía provista de grandes paisajes interiores.
La poesía en su infinito afán de sentidos, nos permite crear mundos objetivos y subjetivos que trascienden la existencia desde caminos infinitos de búsqueda interior, de conciencia del tiempo que habitamos, de retornos y adioses que van habitando el espacio como si fueran infinitos los encuentros y desencuentros con el ser. La poesía cambia de simbología cada vez que emprende nuevos viajes desde los imperecederos paisajes que a diario nos envuelven.
Los árboles mojan a la gente, primer libro poético de Pilar González, nos adentra en este viaje donde subyacen símbolos que trascienden el tiempo, las cosas y los elementos que se disponen a volver cada vez que la autora se confronta con sus propios viajes subjetivos.
En estas páginas la poesía se muestra en su real magnitud, cambia de paisaje como nosotros cambiamos de nombres para buscarnos hasta dar con la palabra oculta de la cual nos hablaba Stella Díaz Varín, encontrar el poema que se oculta entre los árboles y respira nuestra voz sigilosa y expectante de orillar otras voces. Porque el poema antes de ser poema fue árbol, ramaje que abraza los cuerpos hasta que éstos hablen por nosotras y nosotros. «Cuando hayamos aprendido a escuchar a los árboles, no sentiremos en casa”, escribió Herman Hesse. Los árboles mojan a la gente sabe de esa conexión secreta, se vincula con ella, la protege y azuza para escribirse más allá de las palabras. La poeta nos dice:
Una luz colorida y bailarina me distrae,
sin pensar que alguna vez pudo ser la misma
que lleva pájaros felices en su cuerpo.
El poeta Basilio Sánchez nos decía: “Eso es la felicidad». “Necesito vivir en un país /que no haya renegado de sus árboles, / necesito vivir en una tierra que envejezca a su sombra”. El amor al paisaje y el ecosistema es un ejercicio necesario y urgente en estos tiempos donde la naturaleza respira agitada, ahogada por el caos de la existencia que la somete día a día a renunciar a lo que en esencia ella es.Un manantial de luz que nos invita a la reflexión y el hallazgo y a la cándida esperanza del tiempo.
La poesía conoce de los árboles, fue su primera voz, habitó en sus raíces como quien busca trascender más allá del paisaje. En esta relación el árbol construye puentes entre la percepción y la cognición, esto significa construir nexos entre el estímulo y lo que éste provoca en nuestra subjetividad. Su importancia en el ecosistema permea también nuestros procesos culturales, es así como los árboles poseen un significado social en cuanto a la memoria histórica de determinados sitios; su simbología va cambiante de acuerdo a las estaciones, como a la vez nuestras formas de relacionarnos con los paisajes. Cito:
La nostalgia esparcida por el pasto húmedo
derrite los pasos.
Detrás de un aliento está la palabra
llena de goces y movimientos
estancada por el sucio miedo a parecer.
En estos versos se establece una conexión entre vida y naturaleza. Detrás de todas las cosas está la palabra como un imaginario que nos significa más allá de nosotros mismos, las palabras como un movimiento permanente que agita los sentidos, un eco del bosque donde los árboles mojan a la gente, porque se entrecruzan a través de historias que van y vienen en permanente diálogo con el poema que nos habita.
Julia Kristeva señaló que: “La experiencia cotidiana parece demostrar una reducción espectacular de la vida interior. ¿Quién sigue teniendo un alma en nuestros días?…presionados por el estrés, impacientes por graves gastos, por gozar y morir, los hombres y las mujeres de hoy prescinden de esta representación de su experiencia que llamamos una vida psíquica. El acto y su doble, el abandono, sustituyen a la interpretación del sentido”. En este afán por interpretar la existencia es donde surgen las voces que buscan e indagan el sentido de las cosas. Cito:
Reconozco el olvido por última vez
Con la risa verdadera
Entre árboles dormidos
Que despiertan a los niños;
El olvido es otro tópico presente en estas páginas. El olvido como un elemento que vuelve a la tierra para resurgir en memoria. Jorge Riechmann también nos anima a pararnos a escuchar el silencio de los árboles: Borrarse para dejar hablar al lenguaje proponía Mallarmé. Ah, borrarse para dejar hablar al silencio de los árboles. La alianza existente entre la poesía y los árboles nos traslada a los orígenes de la poesía, de Virgilio a Luis de Góngora, y de Dickinson a la Mistral, son fuentes inagotables de pensamientos y sensaciones. Porque tal como nos dice la poeta:
La tristeza de los álamos es una sola y todos los días no son iguales:
huelen distinto y empiezan a merodear
en el instinto nostálgico de la cicuta.
Los árboles mojan a la gente es un canto a la memoria del paisaje, a la poesía que forma parte de estos ramajes, donde se oculta la vida misma, para volver a florecer más allá de las palabras.