Escribir sobre mujeres parece de pronto una necesidad imperiosa. Una actitud política. Silenciadas durante siglos, dar curso a pensamientos, acciones, intimidades de otras a partir de nuestras subjetividades como autoras, es una puesta en escena irreverente. Feminista. Este es el caso de Animales extintos, donde nuestra autora, Paula López Wood, engendra a otras mujeres a través de sus palabras en un acto sagrado, que tiene mucho de ritual, de tribu. Hablar de la polola que no pasa a novia, de la compañera de trabajo, de la hermana, de la hija, la madre, de la nieta. Todos esos lugares secretos y silenciosos que tejen un presente y un pasado.
Siempre escuchamos historias oficiales de parte de los hombres. No hablo de silenciarlos, pero sus relatos son… oficiales. Años, fechas, hechos objetivos. Pero el secreto, el tejido, incluidos los menos queridos cahuines y pelambres, son paridos por mujeres. En nosotras está esa fuerza de dar curso de manera oral, y en el caso de Paula López con su libro “Animales extintos”, dar cuenta de manera escrita de la vida de mujeres, las que ficcionadas habitan sus cuentos.
En sus relatos está presente una lengua femenina, chilena, en palabras ruidosas y sonoras, que nos van nombrando paisajes, aves, animales que brotan como una lengua nueva, nombrando aquello que, para los lectores de la ciudad, nos parecen vocablos inexplorados. Caiquenes, mitahues, cochodomas, toninas, por nombrar algunas, aparecen en estas páginas, rescatando nuestra habla chilena, esa lengua menor poderosa, esa habla que lejos de los diccionarios y los libreros, da vida y nos vuelve a estos espacios orgánicos. Estar bajo el agua con una buzo, metida en una estancia con Ana cortando el viento, son, sin duda, pequeñas acciones, gestos, con los que Paula López nos irá atrapando a lo largo de sus relatos. No es menor el hecho de que recorramos con ella estos espacios al parecer olvidados por las grandes ciudades. Es posicionar al género femenino en lugares habitados y doblegados por el hombre, de nuevo, conocidos gracias a sus relatos desde una masculinidad. Celebro esta opción, esta decisión de Paula no por el cliché del “rescate” de nuestros territorios, si no que más bien de habitarlos, horadarlos, traerlos hasta sus lectores.
Me parece curioso, y me encanta, el suspenso que recorre cada página, como si de pronto, la naturaleza, desde donde venimos y a la cual pertenecemos, se volviera arisca, poderosa, y a la vez, incontrolable. La autora maneja a la perfección este ritmo al adentrarnos en parajes disímiles de lo que podríamos conocer del extremo sur de Chile. Esas aguas, esas tierras, rocas, piedras, madera, están detenidos, suspendidos como si de pronto fueran a hacerles algo a los personajes, que se incorporan en él, como si se fueran a fundir. Animales extintos, entonces, se me aparece como un ejercicio de memoria a la vida de tantas mujeres, chilenas o no, devenidas o no.
Algo de animal tenemos, algo. Quizás nos diferenciemos de ellos solo porque sabemos usar la palabra. Quizás este libro habla de animalas. De animalas, que, menos mal, están extinguiéndose, en sus historias de dolor y olvido de sí mismas. De mujeres arrojadas a espacios de naturaleza a la búsqueda de algo, al encuentro de algo que no llega, o que si se viene irrumpe con tal fuerza que choca contra sus cuerpos. Esto, sumado al estilo de nuestra autora, produce una desazón muy bella y cruel, como si estuviéramos sumidos y sumidas con ella en una historia de terror, que no es otra que la realidad de tantas mujeres.
Dos de mis amores primigenios, Marta Brunet y María Luisa Bombal, parecen darse cita en el diálogo que nuestra autora entabla con la tradición literaria chilena desde su primer relato de este libro de cuentos. Esas mujeres que deambulaban por los libros de Bombal y Brunet, se toman de nuevo la escena en lo contemporáneo. Es un diálogo muy potente, pero es triste a la vez. Tener a una mujer de Marta Brunet o de María Luisa Bombal, en otra ficción, en otra escena, de regreso, es durísimo. El mundo no ha cambiado. Chile no “ha cambiado” (entre comillas, porque ya despertamos). Hace un par de semanas, Patricia Espinosa, crítica literaria chilena, decía que la literatura chilena, el arte, tal como lo conocemos, cambiaría después del estallido. Podemos estar de acuerdo o no con esa afirmación, pero lo que sí está claro, es que también será interesante observar el libro de Paula, entre otros, como un texto que es parte de ese final de un país que conocimos, amamos y odiamos, durante tantos años.
Paula Ilabaca, octubre-noviembre 2019.